Crítica de La casa: Álex Montoya inmortaliza recuerdos

Escena de los naranjos en la película La casa de Álex Montoya.
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La casa es el título de la película dirigida por Álex Montoya que lleva al cine las viñetas de novela gráfica del maestro Paco Roca. El filme traslada al formato audiovisual una historia que llega al corazón utilizando unas brillantes interpretaciones, un guion hilvanado de manera sobresaliente y una acertada fotografía que casa a la perfección con el apartado sonoro. Sin emplear artificios innecesarios, el largometraje mantiene el pulso durante los 83 minutos de metraje para fusionar pasado y presente mientras imaginamos el futuro que vendrá junto a los propios protagonistas.

Una historia que llega al espectador

Una casa sombría solo iluminada por la escasa luz que entra a través de unas persianas que dejaron de subir con cada amanecer. Un frigorífico abierto que impregna cualquier cocina de ese característico olor que tiene aquello que lleva tiempo sin sustentar el ritmo constante de la rutina. Un mes clavado en un calendario de pared deseoso de pasar página ante la pausa del tiempo. Decenas de objetos que, sobre un mueble bar, suman recuerdos, éxitos y hasta momentos olvidados de todo un pasado familiar. El resplandor de la puerta de la entrada abre, junto a la llegada de los personajes interpretados por David Verdaguer y Olivia Molina, el camino hacia un encuentro que todavía desconocemos si será agradable. Nada más arranca La casa, la película va mimetizándose con nuestros propios recuerdos para, casi sin darnos cuenta, acercarnos de lleno a un drama familiar que nos tocará por alguna de sus aristas.

Unos personajes que ganan profundidad

Con respecto a la novela de Paco Roca, los personajes de La casa ganan una profundidad extra para ir mostrando múltiples capas que definen personalidades bien distintas. Estilos de vida y comportamientos variados que, a pesar de pertenecer a las mismas raíces, han ido forjando frondosas ramas que ahora acarician perspectivas de futuro muy diferentes. Óscar de la Fuente logra transmitir a la perfección la evolución de un dolor que nunca se fue y un creó escudo quebrantable con la calidez de un abrazo. Por otro lado, David Verdaguer nos acerca magistralmente a una sensibilidad que se llena de suspiros, dudas y heridas nunca cerradas por la tirantez del arrepentimiento. Porque cuando queda ese resquicio de pensamiento asociado a que pudiste hacer más en el pasado, poco importa lo demás.

Los personajes interpretados por María Romanillos y Tosca Montoya sirven para profundizar en las discrepancias de los mayores y, de paso, añaden algunas secuencias que añaden un acertado toque de humor ahora que ya no podemos escapar del drama. Es más, estas secuencias desenfadadas incluso contribuyen a que luego el dolor de los recuerdos nos golpee más fuerte. Todas y todos están muy presentes en todo a través de un reparto coral en el que ninguna pieza desequilibra al resto. Hasta la esencia de Antonio Gisbert parece deambular por cada secuencia para impregnar de simbolismo el filme. Porque sí, esta cinta no sería nada sin el relato del pasado que a través de imágenes se va construyendo de la figura del padre; o del abuelo para otra generación de espectadores que trasladarán a esta figura el corazón de la cinta.

Recuerdos difuminados por la esencia de lo analógico

La magia de los 8mm queda de manifiesto en cada uno de los recuerdos del pasado. La casa va intercalando escenas entre el presente y lo de antaño empleando grabaciones en analógico que crean un brillante relato. Los tonos pastel y las acertadas modificaciones mediante IA de algunos rostros para modificar el paso del tiempo, nos terminan por embaucar al ritmo de la sinuosa música de Fernando Velázquez.

Los protagonistas intentan arreglar algunas grietas del pasado pero el tiempo ha hecho mella en ellos. La casa ha permanecido cerrada mucho tiempo y ahora, todos temen a cerrar sus puertas de nuevo. La calidez de la familia intentará derrotar a los fantasmas del pasado para, poco a poco, procurar ver eso de que el amor siempre puede con todo. La novela gráfica de Paco Roca llega con eficacia a la gran pantalla gracias a una sensible adaptación de Álex Montoya que podemos sentir desde muchos lugares. Y es que casi podemos trasladarnos a muchos momentos de la película como a esa cena familiar bajo la pérgola, sintiendo el frío que agita el verano en el campo durante muchas noches estivales.

La casa de símbolos que iremos asumiendo como propios para impregnar nuestro corazón de recuerdos que, en muchos casos, tendremos la suerte de seguir acumulando en cada casa. Hasta que el sol se oculte tras el tejado de ese lugar que siempre nos hizo felices.

Crítica de La casa
  • Dirección
  • Guion
  • Interpretaciones
  • Dirección de fotografía
4.4

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