Entrevista con Nerea Barros por el corto Memoria

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Nerea Barros se adentró en el mundo audiovisual delante de las cámaras. Sin embargo, solo hacen falta unos minutos de charla con la gallega para darse cuenta de que también tiene una sensibilidad especial que le llevará lejos en la dirección. Con su cortometraje Memoria, nos trasladamos al desaparecido Mar de Aral para presenciar en primera persona una historia íntima, bella y cruda. Adjetivos que definen un proyecto nacido en el corazón y contando desde las entrañas.

El desafío visual de Nerea Barros y Raquel Fernández Núñez

Tras visualizar Memoria, nos encontramos con una dirección de fotografía sobresaliente. Estamos ante uno de esos filmes cuyos fotogramas podríamos pausar e imprimir para que formasen parte de la mejor pared de nuestro hogar. No obstante, lograr este resultado no fue una tarea simple dadas las dificultades de producción.

“Raquel Fernández Núñez y yo trabajamos mucho juntas. Vi cine de diferentes autores. Hay dos que me marcan mucho como son Tarkovski y Kiarostami porque me suponen una gran inspiración. Una película que ha sido un referente fundamental es Ida. Primero porque sabía que no me podía llevar nada. Tuve que decidir que fuese en movimiento o no y que eso formase parte del discurso. Nos llevamos una Alexa Mini con unas lentes vintage, de los años 50, que nos permitían retratar ese ocre. Los planos fijos de Ida me marcaron un montón porque son tan fijos que parecen cuadros. También está el contrapicado que te permite engrandecer a los personajes y las imágenes. Es ligero, por momentos, pero está ahí siempre. Para mí era la primera vez que contaba algo desde mí como directora. Todo lo que había hecho antes había sido desde segunda dirección, doble dirección o como productora y montadora. Aquí tenía que explorar, definirme y por lo menos investigar. Eso fue divertido y difícil a la vez que interesante con Raquel porque ella es una directora de fotografía con mucho bagaje. Yo como persona inexperta, a veces le decía que el encuadre era maravilloso, pero que no lo sentía en el estómago. Necesitaba tirar de mi instinto y de mi intuición, aunque fuesen dos centímetros para un lado. Había planos que yo tenía en la cabeza, pero que no sabía si iba a poder reproducirlos una vez allí. Que me diese esa libertad para explorar, con total generosidad, fue fundamental”.

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Nerea Barros contó con el apoyo incondicional de Hernán Zin en la producción. El reportero de guerra y cineasta sabe muy bien lo que es sentir el peligro en determinados rodajes. Pero Nerea Barros venció al miedo por medio de grandes dosis de ilusión y creatividad.

“Fuimos las dos solas. De hecho, Hernán me llamaba todos los días para ver si íbamos bien. Me decía que no llevase guion, pero instintivamente lo llevé. Para mí, Memoria está entre la ficción y el documental como ocurrió con O que arde. Por ejemplo, la canción que el protagonista canta es una canción que los pescadores cantaban al mar de Aral sobre un amor perdido que el agua va a traer de vuelta. La cena estaba en el guion aunque luego fuese un momento real. Todo está en guion, pero a la vez son actores naturales que están viviendo su vida de verdad”.

El homenaje a Ana Mendieta

Dentro del cortometraje Memoria, Nerea Barros realiza una reflexión visual con una silueta reproducida en el terreno. Nada es casualidad.

“Hay muchos artistas que me han influenciado y una de ellas es Ana Mendieta. Fue una mujer que murió, no se sabe si por suicidio o a manos de su pareja. Su trabajo lo basaba en esa unión entre el cuerpo y la naturaleza. Esa silueta es en honor a ella. Llevo soñando con esa silueta muchos años. Es esa conexión entre el cuerpo y la tierra, entre el legado de la memoria. Ese abuelo que entiende el equilibrio con la tierra y esa nieta que no y quiere entenderlo. Por eso acaban juntos en el mismo lugar y se convierten en agua, esa agua que tanto anhelan”.

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Y precisamente, en estos momentos nos encontramos con la tesitura de que el ser humano tiene que seguir viendo cómo determinados líderes políticos acaban con su vida y sus ciudades. A cualquier precio, sin entender nada.

“Te aguantas porque en el fondo no significas nada para nadie. Es muy bonita esta reflexión porque estas personas mayores pescadoras vieron como el mar se retiraba metro a metro y no sabían lo que estaba pasando. Ellos siguen soñando como en un mito que ese mar va a volver. Hay que llamarlo, hay que curarse para que vuelva. No acaban de entender que ha sido la mano del hombre avariciosa la que ha hecho que millones de personas perdiesen su tierra, su medio de vida. No hay que olvidar que es el primer desastre natural más importante del mundo. Era el regulador climático de esa parte que hay entre Europa y Asia. Los pesticidas que utilizan en los latifundios están llegando al Everest. En los 60 se decidió que se iban a realizar unas plantaciones kilométricas de algodón y arroz en un desierto. Para conseguirlo derivaron los dos afluentes que vienen desde Siberia. El mar se iba retirando y a la vez se iba llenando todo el terreno de pesticidas y sal porque se quitó el agua. Es un lugar en el que ya no crece nada. A nivel climático es muy hostil porque nunca llueve. Comíamos zanahoria enlatada. Les han dejado un pequeño lago y han soltado unos pescados y con eso comen. El resto es un desierto de 68.000 kilómetros cuadrados”.

En algún reportaje, determinadas personas residentes en la zona en la que se rodó Memoria argumentaban que, si el fin del mundo llegase, ellos serían los últimos en morir.

“Tienen una sensación como de decadencia, de que ese lugar no es bonito y no te permite vivir. De hecho, la mayor parte de los hijos ha emigrado a las grandes ciudades e intentan llevarse a sus abuelos. Esas personas mayores no quieren irse de esos pueblos porque si se van se mueren. Es matar sus recuerdos y sus vidas, perder la memoria. Es un sitio muy complicado. De alguna forma me podrían haber vetado porque siempre hay miedo a que puedas contar algo negativo. “Yo esperaba tener un casting allí, pero cuando llegué no había nadie. Solo había un señor que no se podía mover en una aldea a 40 kilómetros. El resto no querían participar ni pagando, porque yo pagué a ellos. No querían hablar del tema. Tuve la suerte de que un hombre del gobierno me ayudó mucho. Tenía una parte creativa y gracias a eso pude realizar Memoria. Me consiguió el abuelo y la nieta, además de todas las localizaciones. Me ayudó en todo lo que pudo. Esa persona no es consciente de que mi primera película salga adelante como yo la tenía en el corazón y la cabeza”.

El montaje y un idioma desconocido

Para Nerea Barros, contar con el trabajo de Julia Juániz en el proceso de montaje fue otro de los puntos claves para que Memoria saliese a la luz con la máxima fidelidad posible.

“Tuve la suerte de que Julia Juániz se sumase al proyecto porque el montaje fue muy complejo. Ella ha cortado en celuloide y sabe muy bien el momento ideal para cortar cada plano. El problema lo tuvimos con el idioma. Yo pensaba que hablaban uzbeko, pero estábamos en Karakalpakistán, que es como la Cataluña de Uzbekistán. Allí hablan karakalpako todo el texto están en ese idioma. No tenía a nadie en el mundo que me pudiese traducir ese idioma. Julia y yo nos fuimos antes de montar a la embajada de Uzbekistán y dos personas de allí se vinieron a corroborar que el corto era correcto. Como les gustó muchísimo, el señor estuvo muchas horas avanzando y retrocediendo el material para cortar en el momento correcto. Fue una locura. Me ayudaron ellos y una chica maravillosa que está en Rusia y que conocía a unos uzbekos. Ellos me hicieron la traducción más básica. Les mandé el corto y lo hicieron todo de forma desinteresada”.

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