La Deuda es una de esas películas que, desde el primer fotograma, nos sumerge en la cruda realidad de una sociedad española marcada por la desigualdad y la lucha diaria. Daniel Guzmán, con su inconfundible sensibilidad para hacer cine social, nos ofrece un retrato donde el amor y la desesperación se entrelazan en una historia que va ganando fuerza con el paso de los minutos de metraje. La película se alza, bajo algunos elementos característicos del género thriller, como un testimonio de valentía, coraje y, sobre todo, de un arrepentimiento que tiene como principal fin luchar por hacer justicia con uno mismo y con el resto.
Una película con alma
Lucas y Antonia se erigen desde las primeras escenas como dos almas que, a pesar de las adversidades, se niegan a sucumbir a un destino impuesto por un sistema excluyente. La relación entre el protagonista y la anciana lo cotidiano: es un lazo forjado en la ternura, la complicidad y el respeto mutuo. En este contexto, el guion evoca en determinados momentos a la esencia de A cambio de nada para hacernos reflexionar sobre la importancia de cuidar y proteger a quienes han vivido más, a aquellos que, con cicatrices y recuerdos, nos conectan con las realidades de las que no podemos escapar, por mucho que a veces lo intentemos. Y sí, estamos ante el director español que más sensibilidad tiene con nuestros mayores.
El gran trabajo en la dirección de actores
El trabajo actoral en el cine de Daniel Guzmán cuenta con un tono perfectamente identificable que denota un proceso de ensayos que rema a favor del actor, pero que no se aleja del texto. Los personajes no son meros arquetipos, sino seres complejos y auténticos, cargados de contradicciones y sentimientos encontrados. La actuación transmite, con bastante honestidad, esa verdad que se necesita para que la historia resulte humana. La incertidumbre que envuelve a Lucas al enfrentarse a sus propias culpas, y la fortaleza que emerge de Antonia, hasta cuando las energías parecen flaquear, nos recuerdan que en la fragilidad también reside una fuerza inmensa.
Cine para cuestionarnos
A lo largo de La Deuda, se despliegan una serie de preguntas y respuestas que van más allá del relato narrativo para adentrarse en el terreno de lo existencial. ¿Qué significa realmente la deuda, tanto en términos económicos como morales? ¿Puede un acto desesperado redimirse a través del perdón y la solidaridad? Estas interrogantes se funden con el humor y la pillería de los personajes, creando un equilibrio perfecto entre la crudeza del drama y la luz de la esperanza, que se cuela en los rincones más oscuros de la trama. Aquí entran en juego Mara (Susana Abaitua) y Gabriela (Itziar Ituño) que, desde dos posiciones distintas, lo remueven todo. Mención especial a sus escenas en la parada del bus y Atocha.
En la sencillez reside la naturalidad que La Deuda necesita
La dirección de fotografía de la película, ejecutada por Ibon Antuñano, contribuye con su sencillez a proporcionarnos esa sensación de realismo casi palpable. Múltiples rincones de Madrid, la mayoría alejados de esos sitios de siempre, se complementan a la perfección con una dirección que destila esencia propia. Guzmán, que apuesta por un cine íntimo y comprometido, consigue que el largometraje avance con la fuerza de una experiencia viva, en la que el thriller solo es thriller puro durante alguna persecución para seguir dando la batuta a lo social.
Al igual que los dos anteriores trabajos de Daniel Guzmán, La Deuda es una invitación a cuestionar los preceptos de una sociedad que, a menudo, olvida mirar de cerca el rostro de quienes han forjado nuestra historia, para defender intereses puramente económicos que destruyen la esencia de ciudades enteras. Con una acertada mezcla de emociones, esta cinta supone un poderoso recordatorio de que, en el fondo, lo que nos une es el amor y el inquebrantable deseo de sanar las heridas del pasado para construir el futuro que creemos merecer.